Esta entrada ha estado a punto de titularse “y al fin, landia”, pero está claro que o tienes un tipo de sentido del humor o no lo tienes, y yo decididamente no lo tengo. Será una entrada larga, así que convenientemente dejaré espacios entre párrafo y párrafo para vuestro descanso y reflexión. Y si alguien se encuentra con esto en unos años porque se viene de Erasmus o por unas becas de esas del Icex, pues que mejor se lo salte.
En fin. Parece mentira, pero ya llevo en Hell!sinki... cuatro días.
Me he levantado hace un rato sin tener claro si toca desayunar o comer. Tengo tres husos horarios repartidos por dos móviles, un despertador, el reloj y el ordenador y ya no sé cuál es cuál. He buscado en internet si la hora ha cambiado en Finlandia, pero en este condenado idioma no hay quien se aclare. Supongo que el reloj del blog (aliteración posmoderna) funciona bien (y confío en que el termómetro no lo haga).
Volviendo al título. Mi primera impresión de los toletes finlandeses la tuve en el avión Ámsterdam-Hell!sinki, cuando buscaba mi asiento. Por una vez en mi vida al mirar al fondo de un pasillo, un bosque de cabezas (rubias) se interponía en mi camino. Dos tópicos confirmados. El finlandés medio es alto y rubio, es decir, lo que yo (y algún que otro personajillo histórico) califico como raza superior. En ese momento supe que todo acababa de cambiar, y me cayó una lagrimica al despegar de Ámsterdam, como si llevara un “Van” en vez de un “de” en el apellido.
Pero más interesante que el físico es todo lo que se refiere al carácter finés. Si tuviera que utilizar una sola palabra para definirlo sería inánime. Pero como no tengo límite de palabras, se me ocurren hasta dos: inánime e impasible. La gente no muestra ningún tipo de emoción. Y no hablo de que se besen en público. Para nada. No se sonríen, no se tocan y apenas hablan, y si se hablan lo hacen en un tono extremadamente bajo. Esto, unido a la ininteligibilidad del idioma, hace que parezcan emplear una modalidad subhumana, gutural y primitiva de lenguaje.
Los finlandeses tampoco hacen ruido al andar. A lo mejor porque no andan, sino que se deslizan. Quizás siglos de caminar sobre la nieve han hecho que sus piernas evolucionen de una manera diferente, permitiéndoles deslizarse precisa y ordenadamente por las aceras. Tanto que al adelantarles dan ganas de emplear un intermitente.
Curiosamente la gente sí se mira. Nada de New York commuter style, aquí se miran unos a otros de arriba abajo, tanto que piensas que incluso se van a hablar. Pero al final no lo hacen. Te sujetan la puerta del ascensor y te miran un buen rato, y en cuanto llegan a su piso se escabullen (deslizándose) sin ruido y sin palabras. Es casi mágico.
El primer día aquí aprendí dos palabras: hola (moi) y kitos (gracias) y el segundo dejé de usarlas. Si al pagar en una tienda el dependiente tiene buen día y te saluda o te dice algo, suele ser un leve “hey”, que instintivamente tiendes a responder con otro “hey”. Lo que decía, comunicación subhumana.
En todos estos días no he visto un centímetro de cielo azul. Hasta ahora siempre había pensado que de todos los factores que hacen que un ser humano sea como es (genética, entorno y factorX) sin duda el factorX era el que tenía más peso en la configuración de la personalidad, seguido de la genética. Ahora estoy convencida de que la clave es el entorno, y no me refiero al socioeconómico, desde luego que no. Me refiero al geográfico puro y duro. Es una verdad como un puño que Dios no hizo ciertos lugares pensando que la gente fuera a habitarlos. Y muchísimo menos a habitarlos y ser feliz. Los renos, tal vez. Las petroleras. Los salmones. Pero no las personas. Aún no ha empezado a hacer frío (ups, dije la palabra) pero la hostilidad amenazante de la niebla ya da bastante miedo.
Conclusión: a pesar de los salarios altos, el mejor sistema sanitario del mundo, la velocidad de internet y esas cosas que para algunos indican la calidad de vida de un país, los finlandeses dan un poco de pena. Son austeros como ermitaños, su ropa es apagada... el frío (ups) y los impuestos parecen comérselo todo. Entre la niebla, la arquitectura y la idiosincrasia textil ayer la ciudad parecía una superposición de fotos en blanco y negro. La sensación general es que la gente está semiviva, a lo mejor por eso el suicidio aquí no es más drástico que nuestra costumbre nacional de echar la siesta.
Conclusión: a pesar de los salarios altos, el mejor sistema sanitario del mundo, la velocidad de internet y esas cosas que para algunos indican la calidad de vida de un país, los finlandeses dan un poco de pena. Son austeros como ermitaños, su ropa es apagada... el frío (ups) y los impuestos parecen comérselo todo. Entre la niebla, la arquitectura y la idiosincrasia textil ayer la ciudad parecía una superposición de fotos en blanco y negro. La sensación general es que la gente está semiviva, a lo mejor por eso el suicidio aquí no es más drástico que nuestra costumbre nacional de echar la siesta.
Las fotos son desde mi casa, un piso 14 con vistas al Báltico (cómo me gusta decirlo). No han pasado por photoshop más que para bajar resolución, juro que no he tocado los filtros azules. Me voy a comer o a desayunar.